domingo, 15 de abril de 2018

CARTAS DE PARIS - Cap. 2 (Historia basada en hechos reales)

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El día estaba sombrío como si presagiara el fin de algo y el comienzo de cosas no muy buenas, cosas que durante generaciones se llevarían como tatuajes de sal.
Al caminar Camelia dejaba un eco, la piedra del piso soportaba el golpe del taco como esclava fiel y sumisa, a pesar de cu tan corta edad hacia que el zapato argentino le diera un aire de señorío, elegancia que los antepasados dejaron como herencia, el vestido azul volaba alegre, se golpeaba al compás de sus pisadas contra sus  pantorrillas, el pequeño escote terminaba con un pequeño nudo al frente y el drapeado daba vuelta hacia la espalda ese escote dejaba lucir su piel blanca que hacia contraste con su cabello negro ondulado, sujetado por un par de peinetas y con el rosado de sus mejillas producto del caminar rápido, el abrigo de paño daba calor a su cuerpo delgado, a lo lejos unos ojos, achinados para obligarse a ver desde su posición, ya se acerca se decía en su interior, ya se acerca.
Cuando pudo abrir los ojos, estaba sola tendida en el piso, solo un tenue rayo de luz de un tímido sol tal vez avergonzado de lo que vio, en el techo entraba la luz que se apagaba viendo la cercanía de la noche, después de despejar su mareo observó la habitación, estaba ordenada, todas las cosas en su lugar, pero ella no lo estaba esa no era su casa, no era el lugar donde vivía con su padre y su tía, no era el lugar donde estaban sus hermanos, intentó levantarse y sintió mareos no podía estar de pie, se sostuvo fuerte como si fuera el último de sus alientos, pudo levantarse pero su cuerpo no pudo sostenerse por mucho tiempo y volvió a desmayarse.
Al cabo de algunas horas, el hambre, la sed y la posición donde se encontraba hizo que de nuevo se despertara, sintiendo menos el mareo inicial, sobre la mesa un plato de sopa y un pedazo de pan, ya estaba sin zapatos, ya estaba sin su vestido azul y sin el abrigo que la cubría en los días de invierno, sintió que el cuerpo le dolía, las piernas le dolían, su destino le dolía. Lloró al comprobar que el destino, ese que le dolía estaría junto a ella por mucho tiempo y que nadie sería capaz de ayudarla. El llanto adormeció su ser y cerró los ojos para que el cansancio se adueñara de ella  y rezaba que fuera para siempre, se tocó, miró sus dedos, había sangre, en el silencio de la noche se escuchó un grito que espantó a los gallinazos que se disponían a dormir.

Continuará...

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