domingo, 8 de abril de 2018

CARTAS DE PARIS - Cap. 1 (Historia basada en hechos reales)


depositphotos_87265086-stock-photo-vintage-french-postmark 
La familia, aquella familia que como otras guardó sus secretos dentro de un tocador, de un pendiente, de una maleta, de un galpón, de una caja de zapatos, de una canasta o simplemente dentro de un ataúd, su familia también los guardó.

Secretos trágicos, dementes o alegres que hacen que una familia se mantenga unida sólo para mantener esos secretos o recuerdos bien guardados, secretos que se deben ir perdiendo de generación en generación pero que no llega a suceder por que siempre hay alguien que tiene el desbordante deseo de hablar y limpiar el alma o llegan a pensar que al decirlo tendrá un perdón o un buen desenlace.

Secretos de familia que quieren salir y en su deseo envían los mensajes en código que solo los que pueden, escuchan, los que pueden, observan, los que pueden, entienden.

Tal vez una fecha se repite en distintas generaciones el mismo día, 1,910, 1,924, 1,965, mes donde los guerreros nacen, así dicen, tal vez ese es el mensaje? que somos guerreros y ya? no era  necesidad de de dar una respuesta, por que es una pregunta retórica o porque la solución a todo es ese número.

En el seno de esa familia se han tejido historias salvajes, tiernas e inspiradoras que tal vez en todas las familias se cuentan, son historias que intentan salir como lobos hambrientos, historias dispuestas a salir por que bajo el sol nada se oculta.

La casa había estado a la venta por mucho tiempo, estaba tan vieja que hasta los recuerdos se habían arrugado, al inicio nadie quería venderla pero el entusiasmo de los jóvenes de la familia había empujado el ánimo de hacerlo. Era la última oportunidad de ver la casa de pasear por sus habitaciones, por los corredores y jardines e intentar recordar para rescatar por última vez todo lo que se vivió y sobre todo lo que se sintió.

Caminó por todos los rincones, algunos le hizo dibujar una sonrisa y en otras ocasiones una lágrima se asomó lavando sus memorias, cuando salió al jardín trasero aún estaban las rosas, estaban enfermas quizás por que ya nadie las cuidaba cuando subió la mirada pudo divisar una ventana que hacía mucho tiempo no veía, era el lugar donde la familia guardaba las cosas que no utilizaban constantemente, las cosas de navidad, la ropa y juguetes que iban a donar, tal vez  subir sería bueno para confirmar que nada se había olvidado. Las escaleras rechinaban a la medida que subía, qué horror se decía, si uno de estos escalones de hunde me hundo yo también, por fin llegó hasta la pequeña puerta que se encontraba cerrada, abrió despacio, no había nada, se dirigió hacia la ventana para mirar el jardín por última vez, cuando dio tres pasos una de las tablas se hundió haciendo que cayera y rodara, cuando se cercioró que estaba bien y que solo había sido un tropiezo pudo ver que entre las tablas rotas había una canasta, ahí estaba, antigua, desteñida, ya casi desintegrada, con el paso de los años el mimbre se estaba volviendo en polvo, el lazo rojo descolorido la sujetaba con la extraña fuerza de no desear quedarse en el pasado o quedarse amarrado para que el pasado no nuble el presente, cuando lo desenredó el polvo voló por los aires que la hizo estornudar, la abrió despacio y pudo encontrar cartas atadas en siete grupos y un cuaderno con la tapa ya roída igual que los bordes de cada hoja, si luego de leerlas le hubieran preguntado, hubiera respondido: está historia está tan roída como las hojas de este diario.

Continuará...

No hay comentarios:

Publicar un comentario