Pensó que nunca más iba a salir, pensó que el hoyo donde
estaba era el simulacro de su sepultura, pero sí, este era el último día de aquellos grises días,sentada en su oficina donde trabajaba, recorrió con su mirada cada
detalle, las mesas de mármol de Carrara y los sillones de cuero marrón, sonreía
al ver las banquetas de cuero sin tratar parecían pellejo de vaca rubia, acomodó
los ojos en las sillas Barcelona
anaranjadas y la mesa Noguchi con un
hermoso florero plagado de flores, los ventanales de seis metros de altura le dejan ver como moría el sol entre los
árboles, suena el teléfono:
_Hola amiga, cómo estás ¿_
_ soy feliz _
respondió. Soy feliz, esta vez me
la estoy creyendo y sonrió.
La oscuridad fue cayendo lentamente sobre aquella
casita, aquella casita blanca con zócalos azules, el rumor de las olas se
sentía tan cerca, para acceder se tenía
que bajar un poco por un sendero de pequeñas escaleras hechas de piedras, la arena
las alfombraba un poco, algunas ramas clavadas en la arena, atadas con sogas un
poco corroídas por el salitre servían de pasamanos, la casita tenía paredes de ladrillos
pintados de blanco, al frente de ella
habían dos bancas de madera pintadas de celeste que miraban al mar, con cojines
de cañamazo bordados a punto cruz, en el techo reposaban las enormes hojas de
algún árbol, por un lado la hamaca amarillenta tejida toda a crochet se mecía
por el viento, una banqueta descolorida servía de mesita donde sostenía un
florero de vidrio transparente con flores de diferentes colores y varios libros
cerrados menos uno que reposaba con las hojas abiertas como si estuviera
calentándose al sol, pequeños tronquitos
colgados desde el techo hacían como “llama ángeles“, a un lado de la casa una enredadera de buganvilias
fucsias luchaba por ganar terreno, en la orilla descansaba un bote pintado de
blanco, aquel bote se movía al compás de
las olas y la espuma jugueteaba con él.
La casita tenía la puerta principal un poco corroída, al empujarla dejaba ver por dentro
el piso de cemento pulido, una amplia y sencilla cocina, ella estaba ahí
cocinando con los pies descalzos, se escuchaba el rechinar de los alimentos freír en la sartén, tal vez era un pescado, en el ambiente el olor a mar, el ají de
la comida y el penetrante olor del café que en una esquina castigado iba
ofreciendo su dosis de sabor gota a gota, todo aquello hacía que se sintiera
que estabas en un hogar, ella cantaba alguna canción que se enredaba con el
sonido de las olas, el vestido blanco de broderie
se caía de uno de sus hombros curtidos
por el mar y el sol pero igual dejaba ver la suavidad de su piel, a través de
la luz del sol se traslucía su silueta, el blanco se contrastaba con la piel
bronceada, sus pantorrillas aparecían, un pie sobre el otro, el vestido se
chorreaba perezoso sobre sus caderas y dibujaba suavemente aquella redondez que
lo volvía loco.
Un beso atravesaba sus entrañas, un beso hacía que
ella sintiera que todo lo que tenía era lo mejor, tenía su castillo y que ella era
una reina, sus manos recorrían su cuerpo sobre aquel vestido blanco imprudente
por solo existir y por estar ahí entre ella y él, sentía sus senos endurecer y
buscaba la boca desesperada por que la besen, sus cabellos rojizos y rizados que
caían sobre su espalda le daban un aire salvaje y de eternidad, su cuerpo se arqueaba
toda vez que él le besaba el cuello y recorría el viaje hacia la seducción,
hasta hacer que todos sus sentidos se pierdan en aquel sonido lejano, sus
piernas largas y doradas lo envolvían y ese paraíso lo hacía preso, prisión
donde nunca quiso salir, un manto de gozo le caía como una gran ola azotando desde la espalda hasta sus propias entrañas, lo obligaba a retorcerse de pasión hasta que todos sus
músculos se estremecían y se relajacen, llevándolo a lo más profundo de sus
pensamientos, tocar el lumbral de la muerte y a la vez sentir que es absorbido
por la misma vida.
Tendida en aquella mesa de cemento y granito se
olvidaba en un instante de toda su vida pasada y de su vida futura, todo su
mundo era ese instante, pertenecerle para siempre, era por esa razón que estaba
ahí para pertenecerle las veces que él quisiera, en un instante, las cosas regadas por el
suelo, un gemido grueso, el ansia de tenerla, un suspiro quedo, la necesidad de
tenerlo, luego del acto, las carcajadas de alegría, de libertad, de saciedad.
Observan por la ventana el sol que se va escondiendo
como la lengua de él sumergiéndose en la boca de ella, sus piernas se mueven
como los juncos al borde del camino y sus vientres bailan como el vaivén de las
olas.
He pasado todo para estar junto a ti, para sentir todo
esto, para ser feliz.
Dejó atrás aquel trabajo que le prometía tal vez grandes cosas, pero la gran cosa estaba ahí, dejó todo para venir tras de él, recorrió más de
diez largos años, para llegar ahí, cambió todo para estar ahí, descalza,
desnuda y feliz.
Cambio los tacones para desnudar sus pies, sus besos abrigaban su corazón, la bolsa de paja la llenaba con todas sus
esperanzas, su vida entera su universo
era estar ahí, ser feliz y plena,
ser libre y su libertad era él, nunca se irían de aquellas playas.
FIN
FIN